Hay una capítulo genial de Los
Simpsons en el que Lisa piensa que el hecho de ser rubia no le está
favoreciendo en su colegio para que la tomen en serio para un grupo de debates,
y decide cambiar su look y tiñe su pelo con un color castaño. Automáticamente
todo cambia a su alrededor y empiezan a tratarla como ella esperaba ( aunque al
final del capítulo Lisa acaba por descubrir la verdad poco después dejando en
evidencia a todos aquellos que juzgan a los demás por su color de pelo) y
sintiéndose mejor.
Hace unos trece años, yo tomé
justamente la decisión contraria a la que toma Lisa: yo quería ser rubia y
maldecía a la genética por haberme dado una piel tan blanca y un pelo tan
oscuro y tanta falta de sintonía. Total, que una tarde de verano me planté en
la peluquería y le dije a la peluquera que a por todas, que mechas rubias por
todas partes. Y para que os voy a engañar, igual que le ocurría a Lisa, las
cosas cambiaron a mi alrededor…o igual la que cambió fui yo y por esos las
cosas cambiaron a mi alrededor.
El problema todos estos años ha
sido que mi pelo crece muuuuuy rápido y eso significa pasar por la peluquería
un mes sí y un mes no para volver a teñir ( mejor dicho decolorar) y eliminar
la raíces oscuras. Y trece años después, el pelo acaba con un aspecto muy
dañado por mucho que lo cuides, reseco y nada bonito.
Este mes, a mi peluquera habitual
y a mí nos fue completamente imposible cuadrar nuestras agendas para nuestra
sesión de mechas habitual, y aprovechando que acudí a una peluquería diferente,
les pedí lo que nunca pensé que diría: quiero dejar de ser rubia.
Y dejar de ser rubia tiene su
miga, no os creáis. Hay que teñir el pelo unas cuantas veces antes de que el
rubio desaparezca del todo, así de poderosas son las mechas rubias.
El resultado ha sido este, una
melena más corta, más oscura y con un toque pelirrojil.
En definitiva, un poco de vuelta
a los orígenes, que a veces hace falta.
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