martes, 3 de mayo de 2016

Levando anclas


Tiene gracia que esta entrada que vais a leer se haya acabado llamando “Levando anclas” precisamente.

No es el primer “Levando anclas” que escribí.  El original está guardado desde Febrero 2015 y lo escribí en un momento de cierta tormenta en mi vida. Nunca vió la luz.

Hoy lo he vuelto a leer, y todo ha empezado a girar, como si estuviera montada en un carrusel. He ído hacia delante y he visto imágenes que de momento solamente existen en mi imaginación, he retrocedido atrás muy atrás a la época en la que iba a clase en la universidad, a la época en la que solamente veía películas y jugaba en el ordenador horas y horas, he ido saltando hacia delante de puntillas por algunos momentos de mi vida llenos de chicos que por diferentes motivos ya no forman parte de ella, llenos de profesores, de notas y de actas colgadas en las paredes de la Universidad,  de jefes, de trabajos y trabajos, he seguido girando, todo empezó a dar vueltas muy deprisa a mi alrededor…

Y al final cuando todo se detuvo y puse los pies en tierra firme, sólo una frase se presentó en mi  cabeza: “-Totó, creo que ya no estamos en Kansas…”
 
 

 
 
Aquel primer “Levando anclas” que escribí nunca vió la luz porque, tal y como quedó escrito, significaba para mi el tener que admitir que lo había pasado mal. Y no quería admitirlo. Pensaba que si lo hacía, no podría reconstruir y recargar a la chica que quería ser, que me quedaría anclada en un reflejo que otros habían tenido de mi.
Sin embargo en este último año he podido darme cuenta de  lo equivocada que estaba y que estuve desde el principio. A aquella niña miedosa con trenzas que sobrevive a un tremendo tornado, solamente la estaba viendo yo. El mundo, como me fueron diciendo y pincelando luego algunas de esas brujas malas y buenas que todos tenemos a mano, me estaba viendo de una forma muy diferente.
Todos y cada uno de nosotros somos mucho más que la suma de todas las situaciones buenas y malas que hemos vivido. Dentro de cada uno de nosotros hay potencial de sobra para coger todo nuestro “equipaje”, dejarlo abierto por un segundo, echarle un vistazo y confiar en que todo lo que vemos ahí delante nos va a ayudar a llegar a donde queremos llegar.
 
 
 
Sin tacones de rubíes, sin trenzas, pellizcándome a mí misma a cada rato para saber si sueño o si vivo, con mariposas queriendo escaparse de mi estómago, sonriéndome a mi misma cuando voy andando sola por la calle, y sin querer hacer demasiado ruido todavía no vaya a ser que todo vaya a implosionar y desaparecer…Así empieza mi camino de baldosas amarillas.
¡Manos a la obra!
 
 

 

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