lunes, 5 de octubre de 2015

Todos dicen I Love you


“El viaje nunca acaba (). Hay que ver lo que ya se vio, ver en primavera lo que se vio en verano, ver de día lo que se vio de noche, con sol donde antes caía la lluvia, ver el sembrado verde, el fruto maduro, la piedra que cambió de sitio, la sombra que no estaba ahí.”




 

 

No sé si alguno de vosotros/as ha sentido alguna vez por otra persona esa especie de atracción enfermiza, que hace que uno desee locamente a otro/a, que hace que uno pierda totalmente el control de lo que hace y piensa, que hace que uno sea incapaz de decir que no. Y que una vez y otra vez, hace que uno vuelva a caer en la tentación. Uno solamente acabará estando realmente “a salvo” cuando no hayan posibilidades de que eso otro se cruce en el camino. Pero el día que esto vuelve a suceder, uno vuelve a caer en las mismas redes. No es un amor que convenga, no es alguien que te trate especialmente bien, no es un amor que hayamos elegido voluntariamente, pero representa algo muy importante para uno mismo.









 

¿ Y será normal que todas estas sensaciones emociones se sientan con una ciudad?

Nos tenemos un cariño enfermizo. Ella me tienta y yo sucumbo, y entonces muevo cielos y montañas para que podamos vernos. Se me meten mariposas en el estómago cuando pienso  en ella. Muchas noches, ella es la última imagen que pasa por mi cabeza cuando estoy a punto de caer dormida. La sobrevuelo en sueños. La escucho cuando estoy a millones de kilómetros de ella. La huelo cuando paseo cerca de algún sitio donde están preparando diferentes comidas a la vez. Y una voz interior me dice a veces: sabes que tienes que volver…
 






 

Y como Alicia, me dejo llevar por las diferentes señales, y acabo delante de la madriguera de conejos…y me lanzo hasta el final, otra vez. Las veces que hagan falta.

Y como le sucede a ella, nada realmente extraordinario ocurre una vez aterrizo. Al contrario. Siempre el mismo dolor de cabeza, la misma desorientación porque estás en un sitio donde es de día pero para ti aún es de noche (o al contrario) y la adrenalina se te dispara. Siempre el mismo aeropuerto y el mismo control de aduanas y esa sensación de que toda tu vida depende de ese funcionario/a americano que te pregunta el motivo de tu visita. Siempre la misma sensación de ser una pequeña miguita mientras en taxi, en coche o en metro te vas acercando, a ella. Y como Alicia, yo necesitaba aquella mañana de Septiembre  una bebida que me transformara. Arrastrando mi maleta, entré en un Starbucks, pedí el café latte al que soy mega adicta y mientras esperaba, una mujer que también esperaba por su café me miró y me dijo: Beautiful dress! Le sonreí y le dí las gracias, faltaba más! Un barista me entregó mi vaso verdiblanco  a la vez que una legión de mariposas invadían mi estómago. Ahí estabas, Nueva York.
 

 

Tercer asalto a la ciudad que nunca duerme. M y yo habíamos decidido que en esta nuestra tercera vez nos íbamos a tomar todo con más calma. ¡Pero a la hora de la verdad no podemos! Es una ciudad gigante donde todavía hay algún rincón que no conocemos y donde hay lugares que nos traen infinidad de recuerdos de nuestras visitas anteriores.
 











 
 
 

 

Y te descubres saliendo a hacer running por la mañana por avenidas interminables, subiendo y bajando del metro en hora punta, resguardándote de la tormenta repentina en un portal del Upper East Side, tocando el césped de Central Park con la planta de tus pies por primera vez. Te das de bruces a la vuelta de la esquina con el hotel al que se tiene que trasladar el señor Draper cuando su mujer empieza a sospechar de sus infidelidades. Te ves de nuevo paseando por la calle Perry. Te ves de nuevo sentándote en las escalinatas del MET. Descubres que si abrazas a otra persona en el metro,  casi todos los pasajeros del vagón os mirarán. Te acabas dando cuenta una vez más, que sabes más inglés del que admites. Se te ocurre escribirle a Elvira Lindo por IG dándole las gracias por recomendar en uno de sus libros una cafetería en la que tú ahora te dejas caer sobre uno de sus sillones, con la sensación de que Nueva York es y será siempre, absolutamente inabarcable. De que Nueva York sigue y sigue y tira de ti para que tú también sigas con ella. Se acaban los cafés, se acaban las baterías de móviles y de cámaras, se acaban las suelas de tus zapatos, se acaban las palabras con las que expresar tanto amor, y Nueva York siempre sigue.
 










 

Y al igual que sucede en la vida real, lo mejor para ambas es que las cosas sigan así, como hasta ahora. A veces yo voy y pasamos unos días locos dándonos una de cal y otra de arena. Otras veces es ella la que viene a verme a mí, encapsulada en una película o serie. Pero sé que no quiero que haya nada más en serio. Me gusta, es divertida, siempre tiene mil ideas de mil cosas que podemos hacer juntas, pero a la hora de verdad sé que no podría dejarlo todo por ella. Yo respeto que ella sea grandiosa y con fama de inalcanzable. Ella respeta que yo me sienta en casa mejor que en ningún sitio. Quiero que se quede  justo dónde está para poder seguir echándola de menos en la distancia. Quiero seguir volviéndome loca cuando el mundo real se me vuelva ya insoportable, para planear volar de nuevo a sus brazos. Y así seguirá siendo.
















 
 
 

Nos volveremos a ver, pequeña. Yo seré un poco más mayor, y tú no habrás cambiado nada.

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