…asegúrate de llevar algunas flores en tu pelo.
Lo cantaba Scott McKenzie allá
por el año 1967. En plena era hippie, cuando todo era amor, flores, melenas,
vestidos largos y algún que otro LSD.
Viajar a ciudades que han sido
epicentros de la historia moderna en algún momento, siempre me hace plantearme
que encontraré allí yo ahora, tantos años después. Porque la idea inicial que a
casi todos nos hace viajar a San
Francisco, es un momento histórico-económico-social que quedó atrás hace unas
cuantas décadas. Es aquí cuando nos solemos dar cuenta de que lo que nos
encantaría realmente es hacer un viaje en el tiempo, además de en el espacio. Pero
nos conformaremos con la esperanza de que los lugareños de la ciudad se hayan
encargado, generación tras generación, de mantener intacto ese “espíritu”. Para
que cuando vayamos encontremos un poquito de eso que hemos ído a buscar.
M y yo hemos tenido que hacer
unos cuantos viajes en los últimos años para darnos cuenta de qué buscamos
exactamente cuando hacemos la maleta y salimos de casa: no buscamos museos (aunque a veces alguno
famosillo cae), no buscamos monumentos, no buscamos restaurantes chic ni playas
en las que tostarnos. Nos dimos cuenta de que buscábamos fusionarnos con
aquellas ciudades a los que viajábamos. Escucharlas, respirarlas, sentirlas.
Hacerlas nuestras. Hacernos a la manera de ellas, y volver a casa borrachos de
Londres, borrachos de París, borrachos de donde fuera que íbamos. Y que para
nosotros nada fuera igual a partir de entonces.
Así que estaba claro que antes o
después íbamos a acabar aquí. En California. Buscando cosas que no siempre se
pueden ver con los ojos o cogerse con las manos. Pasando de seguir ningún plan,
porque el único plan que habíamos hecho era que no hubiese planes. Dormir
cuando aparezca el sueño, comer cuando se sienta hambre, conducir hasta donde el
GPS quiera llevarnos, sentarte en el
bordillo de una acera en lo alto de una colina a ver la vida pasar, mirar a los
ojos a tu compañero de aventuras y recargarte como se cargan las baterías de
los teléfonos, tirarte en el césped de
un parque a mirar las nubes, escuchar a
alguien que con su guitarra toca los acordes de una pieza de la gran Janis… Y
justo ahí apareció, eso que habíamos ído a buscar, eso que no se puede coger,
ni comprar, ni ver: la sensación de que en ese instante todo encaja y que nada
más importa. Nada más y nada menos.
Mi San Francisco infinito,
mantente hippie, mantente loco, mantente para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario