miércoles, 11 de febrero de 2015

El Guardián

 
En la segunda temporada de la serie “Gossip Girl” hay un capítulo genial en el que Serena y Blair viajan hasta New Haven, para hacer sus entrevistas de acceso en la Universidad de Yale. Por la noche, ambas acuden a una fiesta que el decano celebra en su casa y participan en un juego peculiar en el que cada alumno invitado tiene que explicar en voz alta con que personaje vivo o muerto, real o imaginario, le gustaría cenar y porqué, intentando dar una respuesta ingeniosa para impresionar a todos y asegurar su entrada en Yale.
 
 



Creo que habré visto ese capítulo alrededor de dos millones de pares de veces, y creo que de haber sido yo misma un personaje de la serie que acude a esa fiesta, me habría quedado fuera de Yale en el primer segundo si de impresionar con mi respuesta se trataba, porque lo cierto es que a duras penas se me solía ocurrir nadie defendible a esos niveles.
 
 
Pero como sucede en todas las grandes historias, un buen día chica conoce a chico (uno de esos de buena familia que a tantas chicas tanto les gustan),  y chica encuentra por fin a un personaje perfecto para cenar y para defender ante el decano de Yale, ante un tribunal médico o ante un capo de la mafia siciliana: Holden Caulfield. Un chico que de ser real, y no el protagonista de una famosa novela, tendría hoy alrededor de 85 años, así que no os voy a engañar, me preocupaba la diferencia de edad! Pero como la imaginación corre de mi cuenta en esta cita y las reglas de este juego son bastante claras, yo cenaría con el Holden Caulfield de alrededor de 17 ó 18 años, tal y como se presenta ante nosotros en  “El guardián entre el centeno”: con su traje de pantalón y chaqueta a modo de uniforme del colegio Pencey ( seguro que con uno de esos escudos tan preppies en un brazo) y la gorra de cazador, con sus preguntas sin respuestas sobre hacía dónde se marchaban los patos del estanque de Central Park  en invierno, recién expulsado del colegio y sin ganas de volver a casa:
 
Verá señor Caulfield, este juego de cenar juntos precisamente ahora, no ha sido una mera coincidencia del destino, créame. Ha sido la suma de una serie de acontecimientos, de esos que hacen que la vida de uno salte por los aires, lo que ha producido que nos conozcamos por fín. Y es más, me atrevería a decir que puede que haya sido en el mejor momento... Y para serle ya sincera del todo, y así me evito el parecerle una de esas chicas falsas que tanto no le gustan, le confesaré que leerle me ha producido una envidia ( sana, si es que eso existe…) que no sentía desde hace tiempo.
 
 
 
 
 
Tiene usted toda la razón, esa falsedad que se llega a percibir alrededor de uno, puede llegar a  provocar serias ganas de vomitar. Echar ahora la vista atrás en el tiempo y recordar cómo era todo  hace veinte años, cuando yo era un poco más joven de lo que es usted, es toparse con una búsqueda constante de lo “auténtico”: en los amigos y amigas, en los chicos y chicas, en la ropa, en la música que se escuchaba, en lo que se quería ser de mayor…Y vernos afinando un radar muy personal que nos mantuviera bien alejados de los aburridos y aburridas, o como usted los llama en su historia: los falsos y falsas, aquellos seres que seguían a rajatabla los planes trazados por personas mayores que guiaban sus vidas, sin cuestionarse apenas nada, sin preguntarse a dónde van los patos de Central Park en invierno…Yo hubiera preferido que me hubiesen cortado una mano y haberme quedado manca, que haberme visto representando un teatrillo escrito para mí.  Así que la adolescencia en general, señor Caulfield, la recuerdo hoy como una sucesión de años en los que uno sentía que iba en la dirección correcta según uno mismo y sus cálculos, y un poco menos según los cálculos del resto. Años a lo largo de los cuales te ibas construyendo, pieza a pieza, tu propio camino de baldosas amarillas. ¿Ve cómo es genial? Es de una envidia total, si se piensa detenidamente, estar en ese momento de la vida: Todo son sueños, todo está por hacer, todo es brillante unos días y oscuro otros y magnífico dos días después. ¿Y sabe qué es lo que lo estropea todo? ¿Sabe qué es lo que hace que una mañana uno despierte y todo se vea muy diferente, más real y menos bonito? Se lo digo muy en serio, después de haberlo visto con mis propios ojos durante años y años, ¿lo adivina? Se lo diré: los números.
 
 
 
Ellos revolotean a nuestro alrededor, juegan a ser nuestros aliados en mil batallas, y se describen como claros y transparentes, y la verdad señor Caulfield, nunca nada me ha parecido tan falso como aquel o aquello que se auto presenta como transparente. Los números, esos grandes tiranos que siempre nos van a ir intentando atrapar, como si fueran los hombres grises de la novela “Momo”: nos volverán loca la cabeza y es posible que nos acaben consumiendo, de forma que uno mismo acabe convencido al final de que es uno de ellos, convencido de que es solamente un número. Quizás el de la nota de un examen, quizás el del resultado de una prueba deportiva, o el del extracto de una cuenta bancaria, o el de la fecha de un acontecimiento, o incluso el de los caballos del motor de un coche… Es para volverse loco, no lo cree?
¿Cómo era aquello que contaba en su historia señor Caulfield, de lo que quería ser realmente en la vida? Aquello de “Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños, y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde del precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan en él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Yo sería el guardián entre el centeno”.
Sería la profesión más bonita del mundo señor Caulfield, alguien que se dedique a impedir que nos acabemos dejando tragar por el mundo real ( y numérico). Y permítame que hable en plural y diga “nos”, porque en el fondo algo  de niños y niñas queda siempre en cada uno de nosotros. Pero estará de acuerdo conmigo en que no sería muy realista pensar que va a haber siempre un guardián entre el centeno aguardando y vigilando…porque claro ¿cómo va a organizar esto exactamente? ¿Un guardián por cada cuántos de nosotros? ¿Y con qué horarios? ¿Existiría un servicio de emergencias al que se podría llamar por teléfono a horas intespectivas? Así que pienso, que lo más importante de toda su historia es que haya puesto en cada uno de nosotros, que le hemos conocido y a los que solamente nos queda ya un pequeño pedacito de inocencia infantil, la semilla de que estemos atentos a nosotros mismos en estos bastos campos de centeno en los que vivimos, para no acabar cayéndonos por el abismo…o para saber trepar y salir de él.
 
 
Señor Caulfield, se hace tarde y yo hablo demasiado. Propongo pues, que nos marchemos sin rumbo, a algún bar donde nos sirvan alcohol o a una sala de fiestas donde podamos bailar, y a ver si por el camino acabamos encontrando a alguien que pueda respondernos hacia dónde se marchan esos patos en invierno. Y si nos quedan fuerzas, subiremos hasta el parque y lo comprobamos en persona usted y yo. Igual esta puede ser nuestra gran noche.
 
 
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