Tiene gracia que esta entrada que
vais a leer se haya acabado llamando “Levando anclas” precisamente.
No es el primer “Levando anclas”
que escribí. El original está guardado
desde Febrero 2015 y lo escribí en un momento de cierta tormenta en mi vida.
Nunca vió la luz.
Hoy lo he vuelto a leer, y todo
ha empezado a girar, como si estuviera montada en un carrusel. He ído hacia
delante y he visto imágenes que de momento solamente existen en mi imaginación,
he retrocedido atrás muy atrás a la época en la que iba a clase en la
universidad, a la época en la que solamente veía películas y jugaba en el
ordenador horas y horas, he ido saltando hacia delante de puntillas por algunos
momentos de mi vida llenos de chicos que por diferentes motivos ya no forman
parte de ella, llenos de profesores, de notas y de actas colgadas en las
paredes de la Universidad, de jefes, de
trabajos y trabajos, he seguido girando, todo empezó a dar vueltas muy deprisa
a mi alrededor…
Y al final cuando todo se detuvo
y puse los pies en tierra firme, sólo una frase se presentó en mi cabeza:
“-Totó, creo que ya no estamos en Kansas…”
Aquel primer “Levando anclas” que
escribí nunca vió la luz porque, tal y como quedó escrito, significaba para mi el
tener que admitir que lo había pasado mal. Y no quería admitirlo. Pensaba que
si lo hacía, no podría reconstruir y recargar a la chica que quería ser, que me
quedaría anclada en un reflejo que otros habían tenido de mi.
Sin embargo en este último año he
podido darme cuenta de lo equivocada que
estaba y que estuve desde el principio. A aquella niña miedosa con trenzas que
sobrevive a un tremendo tornado, solamente la estaba viendo yo. El mundo, como
me fueron diciendo y pincelando luego algunas de esas brujas malas y buenas que
todos tenemos a mano, me estaba viendo de una forma muy diferente.
Todos y cada uno de nosotros
somos mucho más que la suma de todas las situaciones buenas y malas que hemos
vivido. Dentro de cada uno de nosotros hay potencial de sobra para coger todo
nuestro “equipaje”, dejarlo abierto por un segundo, echarle un vistazo y
confiar en que todo lo que vemos ahí delante nos va a ayudar a llegar a donde
queremos llegar.
Sin tacones de rubíes, sin
trenzas, pellizcándome a mí misma a cada rato para saber si sueño o si vivo,
con mariposas queriendo escaparse de mi estómago, sonriéndome a mi misma cuando voy
andando sola por la calle, y sin querer hacer demasiado ruido todavía no vaya a ser
que todo vaya a implosionar y desaparecer…Así empieza mi camino de baldosas
amarillas.
¡Manos a la obra!
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