Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
Yo solía pensar, hace mucho mucho
tiempo, que yo era una chica que no
hacía caminos. Y que no los hacía sencillamente, porque no le gustaba hacerlos.
Quizás porque la gran mayoría de los caminos que habían para hacer en ese
momento llevaban implícito un fervor del que yo carecía, o eso pensaba yo.
No me gusta hablar de religión (
ni de dinero, ni política ya puestos, gran consejo de un buen amigo que tengo),
porque es un tema espinoso, y rara vez la conversación acaba bien si no
coincides con tu interlocutor en los puntos clave, y es bastante fácil perder
los papeles por ambas partes.
Si quisiera contaros cosas de mí,
quizás debería empezar por ese tema y mencionaros simplemente que nunca he sido,
ni soy una persona religiosa. Signifique lo que signifique eso para cada uno de
los que me leéis. Signifique lo que signifique para mí. Creo que en el post de
Navidad os mencioné que yo me quedo siempre con el sentimiento pagano que tiene
en el fondo todo lo que hacemos, todo lo que celebramos, todo lo que nos mueve
a hacer algo, a ir a cualquier parte, a hacer cualquier camino. No voy a entrar
en qué fue primero, si lo pagano o lo religioso, porque esa conversación pinta
peor que la del huevo y la gallina, y
nos llevaría al origen de los tiempos,
y este post no va de eso.
Por una vez no estoy escribiendo acerca de que
nos posicionemos en un bando y enfrente de un contrario. Estoy escribiendo
acerca de que, todos hacemos caminos, incluida yo misma. Diferentes caminos
pero los mismos caminos al mismo tiempo. Acerca de que todos los caminos se suelen hacer por los
mismos motivos, que en todos ellos se
tienen los mismos sentimientos, esperanzas, miedos, ilusiones… y que en todos
esos caminos queremos llegar a un final. Un final donde acabaremos plantados
delante de lo que hemos tenido metido en nuestra cabeza ( y en nuestro corazón),
lo veremos por fín ahí, delante de
nosotros. Reiremos, nos abrazaremos, lloraremos de emoción, nos temblarán las
rodillas, querremos llamar (o etiquetar en Facebook, o escribir un twitt o subir a Instagram… Esta época que nos ha
tocado vivir es lo que tiene) a alguien especial que está en casa y muy lejos
de nosotros en ese momento, solo para decirle: estoy aquí. Tendremos la
sensación de que no necesitamos nada más, que todo tiene ya sentido, y que
estamos donde tenemos que estar.
Caminos que se hacen cantando,
escuchando música en el smartphone, bailando, viendo películas en una tablet,
comiendo y bebiendo en cualquier caso, pasaporte en mano o medalla al cuello,
en carreta, en coche, en avión, en metro, a caballo o en ferry. Se conquistan
colinas y se trepan montañas de cristal. Se encienden hogueras, a veces con
fuego y a veces con historias que cargamos desde hace tiempo. Se cruzan puentes y sin darte cuenta, quemas otros por
los que no podrás regresar…
Pero aún es pronto para hablar de
regresar, porque os aseguro que ese será otro camino muy diferente a este. Será
el camino que nos traiga de vuelta a casa el que nos deje un nudo en el
estómago cuando sintamos que dejamos atrás un trocito de nosotros, pero será
también el que nos haga descubrir que nos llevamos con nosotros un trocito de
algo nuevo que nacerá de todo lo que hayamos vivido. Y quizás se nos escape
alguna lágrima al caer en la cuenta de que hay caminos que no tienen fechas
marcadas en los calendarios año tras año. Hay caminos que sabes que
probablemente nunca más volverás a hacer. Por eso son tan especiales.