Estas foodies aventuras que
escribo no siempre están planeadas.
Hay ocasiones, en las que es
cierto que sí lo están. Voy a comer a un restaurante porque tras investigar
infinito, leer críticas y reviews mil, reservo mesa, y me presento en el sitio
porque estoy convencida de que esa historia tiene que formar parte de mí y de
este mi blog. Hago mil fotos mientras como cosas ricas y voy montando en mi
cabeza, en servilletas varias, en el teléfono móvil, donde sea, la historia que
os contaré luego.
Y otras veces simplemente soy yo.
Que estoy por ahí a las dos de la tarde
bajo un sol de justicia en Sevilla, buscando un lugar para comer. Tan
tranquila, sin intención de fotografiar nada y con la batería del móvil a punto
de morir. Algo así como aquellas noches de mi adolescencia en las que salía sin
muchas ganas, vestida con lo primero que pillaba, sin poner mucho empeño en
sentirme guapa. Y como sucedía en aquellas noches de antaño, es entonces cuando
surgen las mejores historias.
Esta foodie aventura gira en
torno a una canción. Porque si hay algo que me cautiva por completo cuando
estoy comiendo en un restaurante ( seamos justos, lo segundo después de la
comida), es aquello que esté sonando de fondo. Para mí una canción lo cambia
todo muchas veces. Y si estoy almorzando y de fondo empieza a sonar “Love Man”
de Otis Redding, la chica adolescente con pocas ganas de salir aquel sábado
noche vuela rápidamente a una sala de baile situada en un hotel recreativo de allá
por los años 60, donde varias parejas se mueven y contonean de forma sexy al
ritmo de dicha canción en un baile al que llaman “sucio”. Y yo me tomo muy en
serio a un restaurante que con una sola canción me lo cambie todo y me
teletransporte a “Dirty Dancing”. Al restaurante y a su comida.
Y así empieza esta historia en
Catalina casa de comidas.
Un bar del que me venían hablando
distintas personas desde hace años, con mejores referencias cada vez. Se ve que
son muchos los que piensan igual, cosa que ha propiciado que la gente de
Catalina haya decidido abrir su segunda casa de comidas, en la zona de Reyes
Católicos.
Cuando entré, fue como tener la
sensación de estar en un bar sofisticado de esos que debieron existir hace ya
mucho, quizás hasta en otro lugar lejos de aquí. Dorado, madera y verde
turquesa envolvían una atmósfera que atrapa y que me hizo sentir parte de toda
la historia. De vez en cuando hay que dejarse seducir, como cuando el chico
guapo de la sala de baile te saca a la pista.
¿Comemos?
Aquí está la carta, con clásicos
de ayer y hoy, con frituras varias para chuparse los dedos literalmente, y con
algunas sugerencias del día.
Paté de la casa para empezar a
picar y los cada vez más famosos rollitos vietnamitas de Catalina
El paté es casero, y se nota
desde que se unta en la tostada, ¡muy bueno!
Los rollitos están rellenos de
bacon, gambas y queso….
… y están bañados en una salsa
agridulce espectacular…
Como primer plato, son una
deliciosa experiencia que deja entrever lo que vendrá luego.
Canelones crujientes
Lejos de tratarse de unos
canelones más, y demostrando que no hace falta que estemos en un trattoria
italiana ( con todos mis respetos a las tarttorias) para zamparnos unos
canelones como deben ser, es un plato exquisito, contundente y preparado
eligiendo a la perfección los ingredientes: cola de toro y perretxicos.
Burguer mini de vaca
¡Con interior sorpresa de
mermelada de bacon!
Y una deliciosa salsa para dar
buena cuenta de ella con las patatas fritas que acompañan tremendo plato.
Volver al mundo real y a los más
de treinta grados que hacían aquel mediodía en Sevilla, se hacía menos duro
después de esta foodie aventura. Ahora me uno al club y soy yo una de esas
personas que van por ahí diciendo: ve a Catalina, disfruta del sitio, deja que
la música que esté sonando te lleve a tus recuerdos más queridos y lejanos, prueba
los rollitos, y la hamburguesa, y… ¡¡pruébalo todo!!
Catalina
C/ Reyes Católicos, 4
Sevilla – 41001
954 38 40 52
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