Para mí, la palabra inglesa “slow” era, hasta hace unos
pocos años, una canción muy molona que cantaba Kylie Minogue en su disco de
allá por 2003, y que hablaba de un baile lento y sexy con el chico que la
volvía loca.
Nada que ver con tomarse la vida
con calma, con saborear los detalles, con funcionar a menos revoluciones, con
prestar nuestros cinco sentidos a aquello que tengamos delante en cada momento…
Nada que ver con esta tendencia que nos rodea ahora por todas
partes, y que por otra parte no es nueva, como ya casi nada lo es. Siempre ha
estado sobre volandonos por ahí, esa filosofía de vida de tomarse con
tranquilidad el día a día, de parar del todo las máquinas cuando sea necesario,
de no estar a mil cosas a la vez las 24 horas del día durante los 7 días de
cada semana del año.
Pero en algún momento hemos
debido de ir por la vida a la velocidad de la luz, ignorantes de que en
realidad ya no llegábamos a ningún sitio nuevo, físico o espiritual. Acabando con una sensación de agotamiento
como cuando soñamos que corremos y no avanzamos. Y fue ahí cuando esta
filosofía de slow-life encontró su
hueco para brillar. Y por qué no, para echarnos un pequeño cable cuando lo
necesitemos.
Y si hay un espacio donde lo slow brilla con toda su fuerza, es en lo
gastronómico.
No hacer alguna de las comidas
del día porque vamos saltando de una cosa a otra, comer de pie en la cocina
mientras con una mano sostenemos la cuchara, con la otra respondemos emails en
la Tablet o en el móvil y con la cabeza resolvemos el resto de tareas diarias,
o entrar en uno de esos establecimientos ( que, ¡ojo! a tod@s nosotr@s nos han
sacado de un apuro alguna vez) donde te despachan de forma rápida la bandeja
llena de comida preparada de forma rápida, para que sea engullida en menos de
lo que tarden en enfriarse las patatas fritas que has pedido… Nada de eso entra
la filosofía slow.
Se trata de hacer todo lo
contrario.
Como por ejemplo, invertir un
tiempo indefinido una mañana, quedar con una amiga con la que te apetezca
charlar sin mirar el reloj ni el móvil (aunque estés esperando el pedido de
Amazon que más ilusión te haga), y desayunar en un lugar como Casa Orzáez.
Un espacio tranquilo en Sevilla
donde además de comer, se pueden comprar unos quesos exquisitos, pan casero,
bollería artesanal, aceites, vinos, etc…
Para desayunar, suelo tomar
tostadas. Y aunque sepa que puedo tomar más cosas, la tostada tiene que aparecer en algún
momento de la mañana, sino es como quedarme sin desayunar. Orzáez tiene un
surtido muy interesante, siempre con pan de masa madre y harinas ecológicas.
Aquí os dejo la carta.
Si preferís la opción con el
toque dulce, os recomiendo que pidáis un poco de mantequilla y la mermelada de
la casa. Os a van a sorprender con sus
originales sabores. Las hacen ellos, con fruta ecológica y siempre de
temporada.
Esta fue de higos y vainilla
bourbon
La mezcla de lo salado y dulce
siempre ha sido mi perdición, y todo lo que puedo deciros es que estaba
realmente exquisita.
Pero si queréis probar un
desayuno más tradicional pero en su vertiente de lujo, deberíais pedir la
tostada con tomate fresco y hierbas aromáticas, y añadir un poco de aceite de
oliva para aderezar el conjunto.
Y zumo de naranja natural para
todos, con toda su pulpa. La misma que le pedía a mi madre que me colara cuando
era pequeña. Pequeños detalles que lo hacen cambiar todo.
No es buena idea saltarse el
desayuno, y menos aún teniendo como excusa el poder ir a Casa Orzáez. Ya
pensaremos en todo lo demás luego, con el estómago lleno y seguro que con mucha
más calma después de un ratito de desconexión y de vida slow.
Casa Orzáez
Av. de Cádiz, 13, 41004 Sevilla
955 32 70 83
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