El juego de las sillas. El
compañero que se sienta a nuestro lado el primer día de clase. Un billete de
lotería… Se puede sentir en los dedos de las manos, se puede sentir en los
dedos de los pies, el azar nos rodea, anda por ahí a nuestro alrededor mezclándose
con circunstancias perfectamente explicables. Se me llena el estómago de
mariposas de esas al pensar que grandes acontecimientos de nuestras vidas, ya
sean buenos o malos, se escapan de nuestro control más absoluto. Pero así es.
El perseguir exageradamente las
metas que nos marcamos cada año nuevo, porque queremos que las cosas sucedan de
una forma determinada, en el momento preciso que elijamos, ni antes de después,
nos puede acabar tragando. Justo como nos tragaría un remolino en el mar. Nos podría
llevar justo al fondo, donde no dejaríamos de preguntarnos qué sin sentido nos
ha llevado ahí abajo, si todo lo que habíamos hecho era seguir nuestro plan, el
plan que tenía que ser, y que no queríamos soltar. Quizás no hubiera nada más
seguro que tener un plan.
O quizás fuera más seguro comenzar el año nuevo 2017
sin un plan. Sólo con la ilusión de levantarse a la mañana siguiente y pensar
que ya todo lo que queda por ocurrir, son cosas geniales.
Ahora puedo recordar sin tristeza
el día que yo decidí estarme con la cabeza quieta. Unas pequeñas vacaciones de
estar siempre planificando qué tenía que pasar, cuándo, cómo, o quién. Un alto
en el camino de tenerlo todo bajo control. Tantos discursos motivacionales que
no hacen más que hablar acerca de lo importante que es estar en marcha, como si
fuéramos trenes, y ninguno habla acerca de que
bajes en la próxima estación, te sientes un momento y veas lo que
empieza a suceder.
El día que dejas de mirar
incansablemente, descubres que otros te están mirando a tí. El día que dejas de
buscar, descubres que otros también tienen su propia búsqueda. El día que dejas
de decir lo que quieres y empiezas a hablar de quién eres, alguien descubre lo
que necesitas.
Cuando decidí quedarme parada ahí
en medio, fue cuando comenzó a moverse todo, solo que se movía justo en la
dirección contraria a la que yo había conocido hasta ese momento. Se movía sin
despacio, pero sin parar. A mí ya no me valía de nada correr. El azar ese ya
iba a por mí. Pero todo lo que poblaba mi cabeza eran años que ya no me servían
para mucho, todo lo que yo quería hacer era apretar el botón de borrar.
Pero chicos, resulta que no somos
máquinas; no se puede borrar así sin más. Si hiciste algo que no te gusta,
intenta recordar por qué, algo positivo habrá. Si te arrepientes de alguna
decisión que hayas tomado, recuerda que sin esa decisión no estarías donde
estás ahora. Yo no hubiera estado en donde estaba. Recordé que habían hecho
falta muchas, muchas, muchas baldosas amarillas para construir aquel camino
como para apretar el botón de borrar y que hacer que todo saltara por los
aires.
Y quizás podía coger todo lo que
había en mi cabeza, para dejar de preguntar,
sentarme al otro lado de la mesa y
responder a las preguntas. Para explicar quién era, para hacer las cosas
mejor donde años atrás las hice horrible pensando que era la única opción, para
que de repente mi vida fuera como la vida que había tenido metida en mi
imaginación desde que era una adolescente… Y el “azar” se encargó del resto.
Los años que vendrán, vendrán
absolutamente en blanco. Nuestro mundo se encargará de darnos acontecimientos
de todos los colores para que sigamos añadiendo baldosas, niveles, páginas,
kilómetros… a nuestra historia.
Gracias por venir, 2017.
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